EEUU: ¿Latino? Entonces, deportado (II)

Ivette y José tienen 28 años. Ella limpia casas y él es albañil. Tienen dos niñas: una de 3 y otra de 5 años. Hace unos diez años se trasladaron a New Mexico, Estados Unidos, desde Ciudad Juárez y Cuahutemóc. Su casa es una “traila” o sea un trailer-vivienda alquilado en el South Valley de la ciudad de Albuquerque.
Hace un año y medio su vida familiar fue truncada por el ICE (Immigration and Customs Enforcement o Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos), organismo más conocido como “La Migra”. La palabra ICE significa en inglés: hielo. Uno de los grupos cumbieros más famosos de la ciudad de Los Ángeles, La Santa Cecilia, compuso una especie de himno al inmigrante con el hielo que el organismo federal trae a las familias latinas.
José no bailaba la cumbia el día que fue detenido por el ICE. A primera hora del día se presentaba a trabajar para una compañía de construcción que hacía tiempo lo contrataba para trabajos especiales. El organismo de control de las fronteras patrullaba la ciudad y los lugares de trabajo y, en la caza de  inmigrantes, se apostó al inicio de la jornada laboral en uno de los sectores de producción que más emplea inmigrantes: las empresas constructoras.
La familia de José y, en particular, sus dos pequeñas hijas sufren las mayores consecuencias de la deportación de su padre. Sin conceder un ápice a los derechos de la niñez, los agentes del Servicio de Inmigración deportan a adultos, padres y madres, dejando sus hijos sin el mínimo reaseguro de protección.  La deportación de José implicó que su esposa Ivette tuviera que sostener sola su familia y que se afectara profundamente el bienestar de las pequeñas. “Hice de todo para sacar a mis niñas adelante; vendí cuadros, rifas. Limpio casas y así sigo”, nos dice Ivette. La solidaridad de sus amigos, las redes comunitarias y, en especial, involucrarse en una organización no gubernamental como “El Centro de Igualdad y Derechos” le permitió comenzar a hacerse visible -para sí misma, en primer lugar- y, ahora, como líder comunitaria: “con miedo pero con voz”, como ella misma dice.
Aún siguen sin develarse claramente los efectos cuantitativos y cualitativos de las deportaciones en las familias de inmigrantes latinos en las que conviven diferentes status de residencia:  hijos nacidos en Estados Unidos con todos los derechos, otros nacidos en su país de origen pero que ingresaron a EEUU muy pequeños, y padres con diferentes estatus de residencia.  Se sabe que cuando al menos uno de los progenitories se encuentra en el país sin residencia legal y en peligro de deportación, toda la familia se retrae y aún los derechos que podrían ejercer, no los reclaman por miedo a que su familiar sea localizado y deportado (Brabeck K. – Xu Q., “The impact of detention and deportation on Latino immigrant and families”, Faculty Publications, Rhode Island College, 2010).
Mientras se retoman las discusiones para reparar un sistema de inmigración quebrado, la administración de Obama exhibe un espeluznante récord de deportaciones, o “removals”, como el ICE prefiere denominarlas oficialmente. Según cifras oficiales, entre los años 2007 y 2012 se deportaron 2.206.175 personas (Fte: www.ice.gov).  El eufemismo de definir a las deportaciones como “removals” en realidad, resuena con un sentido ideológico más profundo: durante el apartheid en Sudáfrica, el desplazamiento forzoso de una comunidad por razones políticas o sociales se denominaban, en inglés, como removals.
Las deportaciones se producen en un goteo invisible sin tregua. En cinco años  representan una población equivalente a la ciudad de Houston, una de las más importantes del país. Sin lugar a dudas, las deportaciones más cruentas de la historia contemporánea son los traslados de judíos, homosexuales, gitanos y toda persona que se cruzara en el paso de la “limpieza” racial que los nazis pretendían realizar durante la Segunda Guerra Mundial. Si estuviéramos en los tiempos en que los nazis deportaban por tren a poblaciones enteras a campos de exterminio, hoy se vería un interminable tren con 7.200 vagones de carga de ganado,  transportando –en vez de judíos- más de dos millones de latinos, mayoría mexicanos (89%) y guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, cubanos, brasileños, entre otros (Office of Immigration Statistics, 2008).
El caso de José se suma a las estadísticas de otro récord. El estado de New Mexico -que no sólo se caracteriza por tener a los niños más pobres- es el campeón de las deportaciones por expulsar más rápidamente y “eficazmente” a sus inmigrantes. De cada 10 personas detenidas en New Mexico por el ICE, 9 son deportadas, según un reciente reporte de Transactional Records Access Clearinghouse (TRAC, Syracuse University).
La “remoción” de personas y más aún, la detención en cárceles privadas sigue representando uno de los negocios más escandalosos de la historia. Contratos millonarios alimentan centros de detención privados cuya principal necesidad es mantener sus camas ocupadas. Su materia prima es “materia humana” provista mayoritariamente por los inmigrantes ya que son fáciles de apresar y tienen menos derechos que un criminal. Desde el año 2001 hasta el año pasado, el promedio de detenciones diario incrementó en más del 50%: de 20.429 a 32.953 personas, según un reporte del Congressional Research Service (CRS, Immigration-Related Detention, 2012, www.fas.org). Del mismo modo, se incrementaron los lugares-cama en las cárceles y el precio de las mismas subió a 116 dólares diarios por cama ocupada. Es un negocio que requiere una “clientela cautiva”, en el sentido más estricto del término, porque debe completar un cupo de ocupación para obtener las regalías federales.
Con las detenciones y deportaciones, el viaje de vuelta a los países de origen es parte de un viaje de múltiples y repetidas traumatizaciones para las familias de inmigrantes y, en especial, para los niños convirtiendo su viaje a la vida, en una odisea de pérdidas.
Cristina Baccin
Foto : Getty Images/Chip Somodevilla
Cristina Baccin : Periodista – Fue Decana de la Facultad de Ciencias Sociales, UNICEN (Prov. Buenos Aires, Argentina), Profesora e Investigadora en Comunicación Social en Argentina (Univ. Nac.  de La Plata, Universidad Nacional del Centro de Bs. As., entre otras) y España (Univ. Pont. de Salamanca). Mail: [email protected]


Articles Par : Cristina Baccin

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